El Bayon, con sus torres formadas por
cuatro arcos dirigidos hacia los cuatro puntos cardinales, es la expresión más
sorprendente de la personalidad de Jayavarman VII, que se representó a sí mismo
en cada uno de los cuatro lados de las 54 torres, rematadas todas ellas por la
doble flor de loto.
Son 54 torres con 216 gigantescas caras
esculpidas, todas con la misma sonriente expresión, aunque ninguna es igual, ya
que una misma cara está formada por varias piezas de piedra y cada pieza fue
trabajada por una persona diferente.
Obsesionado por la inmortalidad y en la cima de su poder, intuyendo que se acercaba el fin, intentó conjurarlo mediante una frenética actividad constructora que fue una de las principales causas del hundimiento de la civilización de Angkor.
Obsesionado por la inmortalidad y en la cima de su poder, intuyendo que se acercaba el fin, intentó conjurarlo mediante una frenética actividad constructora que fue una de las principales causas del hundimiento de la civilización de Angkor.
Ególatra y narcisista, llenó Angkor con
su efigie. Cientos y cientos de rostros decoran templos y monasterios, puentes,
gopuranes, torres, muros… Todo se personalizó con el rostro del rey,
caracterizado como bodhisattva.
Un monarca ascético y sensual,
filántropo y tirano. Convencido de su
esencia divina, deseoso de eternidad, intoxicado de poder y misticismo, con
miedo al final y al olvido, llenó el Bayon con sus colosales rostros, en un
ansia de perpetuación y glorificación, como no se había visto, ni se vería
jamás, a lo largo de la historia.
Se representó como señor misericordioso,
protector, benevolente, preocupado por el bienestar de su pueblo. Se identificó
con el bodhisattava Lokeshvara, el bodhisattva de la compasión. Pero las
estatuas nos hablan de su fuerte carácter y de su compleja personalidad.
Torres del Bayon |
Los ojos entornados ocultan su mirada,
pero la luz al incidir en ellos, los devuelve a la vida, y por un instante, el
soberano vuelve a reinar en Angkor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario