domingo, 3 de junio de 2012

VENDEDORAS


    Las vendedoras ambulantes forman parte de la cultura vietnamita.  Están por todas partes , moviéndose con un balanceo hipnótico. Cimbreantes como juncos, mueven las caderas en una dirección, mientras lanzan los hombros hacia el lado contrario. La cabeza oscila de un lado a otro, con un vaivén similar al de las palomas al caminar.




 Un sombrero cónico de paja les cubre del sol y también les vela el rostro de ojos rasgados. Me subyuga la visión de su andar cansino, rítmico, acompasado...

   Estas mujeres escuálidas, con canastas colgando de largos palos de bambú, soportan pesos  increíbles desafiando las  más elementales leyes de la física y la resistencia. Resoplan bajo el sombrero, resoplan desde hace horas, desde hace siglos y aún les quedan muchos litros de aire por exhalar. En silencio, siempre en silencio. Pienso si no son ellas los únicos habitantes de Vietnam que no están empeñados en la guerra sin cuartel que todo el país libra contra el silencio.


      De vez en cuando plantan los cestos en la calle y se sientan, en esa posición que sólo los asiáticos pueden ostentar sin acabar con calambre en las piernas. Ofrecen sus mercancías y pretenden vender el contenido de los capachos: naranjas, plátanos, pescado, verduras  o trastos inservibles. Venden con poca convicción, con ese aire de pasar de todo, tan atípico en los vendedores vietnamitas.

   

 Con la pátina de sudores, atiborrados de sol, artríticos de lluvia, bañados en barro y en rocío, o en espuma de mar, y apestando a escamas, sus cestos tienen un aspecto tan cansado como ellas mismas.

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